Era
un hombre extraordinariamente rico, acostumbrado a ser halagado por todos.
No
es de extrañar que se hubiera habituado a que todas las personas estuvieran prontas a deshacerse en elogios y atenciones.
Pero había un hombre pobre que se había
resistido siempre a hacer cualquier tipo de halago, motivo por el que el hombre
rico lo citó y lo tentó de la siguiente manera:
-Si te regalase el veinte por ciento de mi fortuna, ¿me adularías?
-Si te regalase el veinte por ciento de mi fortuna, ¿me adularías?
Repuso el hombre…
-Sería un reparto demasiado desigual para hacerse merecedor de mis halagos de pobre.
-¿Pero y si te diese la mitad de mi fortuna?
-En ese caso estaríamos en igualdad de condiciones y no habría ningún motivo para adularlo.
El hombre rico no se dio por vencido y agregó:
-Pero ¿y si te regalase toda mi fortuna?
-Si yo fuera el dueño de tal fortuna, ¿por qué iba a adularlo?
-Sería un reparto demasiado desigual para hacerse merecedor de mis halagos de pobre.
-¿Pero y si te diese la mitad de mi fortuna?
-En ese caso estaríamos en igualdad de condiciones y no habría ningún motivo para adularlo.
El hombre rico no se dio por vencido y agregó:
-Pero ¿y si te regalase toda mi fortuna?
-Si yo fuera el dueño de tal fortuna, ¿por qué iba a adularlo?
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