Debes aprender a ponerte adrede al alcance y fuera del alcance -dijo-. Como
anda tu vida ahora, estás todo el tiempo al alcance sin saberlo.
Protesté.
Sentía que mi vida se hacía cada vez más y más secreta.
Él dijo que yo no lo había
comprendido, y que ponerse fuera del alcance no significaba ocultarse ni
guardar secretos, sino ser inaccesible.
-Deja que te lo diga de otro modo -prosiguió, pacientemente-.
No tiene caso esconderte, si todo el mundo sabe que estás escondido.
"Tus problemas de ahora surgen de allí. Cuando estás escondido, todo el
mundo sabe que estás escondido, y cuando no, te pones enmedio del camino para
que cualquiera te dé un golpe."
Empezaba a sentirme amenazado, y apresuradamente intenté defenderme.
-No des explicaciones -dijo don Juan con sequedad-. No hay necesidad.
Todos somos tontos, toditos, y tú no puedes ser diferente.
En un tiempo de mi vida yo, igual que tú, me ponía enmedio del camino una y
otra vez, hasta que no quedaba nada de mí para ninguna cosa, excepto si acaso
para llorar.
Y eso hacía, igual que tú.
Don Juan me miró de pies a cabeza y suspiró fuerte.
-Sólo que yo era más joven que tú -prosiguió-, pero un buen día me cansé y
cambié.
Digamos que un día, cuando me estaba haciendo cazador, aprendí el secreto de
estar al alcance y fuera del alcance.
Le dije, que no veía el objeto de sus palabras. Verdaderamente no podía
entender a qué se
refería con lo de "ponerse al alcance" y "ponerse enmedio del
camino".
-Debes ponerte fuera del alcance -explicó-. Debes rescatarte de en medio del
camino.
Todo tu ser está allí, de modo que no tiene caso esconderte; sólo te figuras
que estás escondido.
Estar enmedio del camino significa que todo el que pasa mira tus ires y
venires.
Su metáfora era interesante, pero al mismo tiempo oscura.
-Habla usted en enigmas -dije.
Me miró con fijeza un largo momento y luego empezó a tararear una tonada.
Enderecé la espalda y me puse alerta.
Sabía que, cuando don Juan tarareaba una canción, estaba a punto de soltarme un
golpe.
-Oye -dijo, sonriendo, y me escudriñó-. ¿Qué pasó con tu amiga la güera? Esa
muchacha que tanto querías.
Debo haberlo mirado con cara de idiota.
Rió con enorme deleite.
Yo no sabía qué decir.
-Tú me contaste de ella -afirmó, tranquilizante.
Pero yo no recordaba haberle contado de nadie, mucho menos de una muchacha
rubia.
-Nunca le he mencionado nada por el estilo -dije.
-Por supuesto que sí -dijo como dando por terminada la discusión.
Quise protestar, pero me detuvo diciendo que no importaba cómo supiera él de la
chica: lo importante era que yo la había querido.
Sentí gestarse en mi interior una oleada de animosidad en contra de él.
-No te andes por las ramas -dijo don Juan secamente-. Ésta es la ocasión en que
debes olvidar tu idea de ser muy importante.
"Una vez tuviste una mujer, una mujer muy querida, y luego, un día, la
perdiste."
Le dije que tenía razón.
Había habido una muchacha rubia muy importante en mi vida.
-¿Por qué no está contigo? -preguntó.
-Se fue.
-¿Por qué?
-Hubo muchas razones.
-No tantas. Hubo sólo una. Te pusiste demasiado al alcance.
Anhelosamente, le pedí explicar sus palabras. De nuevo me había tocado en lo
hondo.
Consciente, al parecer, del efecto de su toque, frunció los labios para ocultar
una sonrisa maliciosa.
-Todo el mundo sabía lo de ustedes dos -dijo con firme convicción.
-¿Estaba mal eso?
-Totalmente mal. Ella era una magnífica persona.
Expresé el sincero sentimiento de que su pesquisa a oscuras me resultaba
odiosa, y sobre todo el hecho de que siempre afirmaba las cosas con la
seguridad de alguien que hubiera estado en la escena y lo hubiese visto todo.
-Pero es cierto -dijo con candor inatacable-. Lo he visto todo.
Era una magnífica persona.
Supe que no tenía caso discutir, pero me hallaba enojado con él por tocar esa
llaga abierta y dije que la muchacha en cuestión no era después de todo tan
magnífica persona, que en mi opinión era bastante débil.
-Igual que tú -dijo calmadamente-. Pero eso no importa.
Lo que cuenta es que la has buscado en todas partes; eso la hace una persona
especial en tu mundo, y para una persona especial no hay que tener más que
buenas palabras.
Me sentí avergonzado; una gran tristeza se cirnió sobre mí.
-¿Qué me está usted haciendo, don Juan? -pregunté-. Usted siempre logra
entristecerme. ¿Por qué?
-Ahora te entregas al sentimentalismo -dijo, acusador.
-¿Qué objeto tiene todo esto, don Juan?
-El objeto es ser inaccesible -declaró-.
Te traje el recuerdo de esta persona sólo como un medio de enseñarte directamente
lo que no pude enseñarte con el viento.
“La perdiste porque eras accesible; siempre estabas a su alcance y tu vida era
de rutina.”
-¡No! -dije-. Se equivoca usted. Mi vida jamás fue una rutina.
-Fue y es una rutina -dijo en tono dogmático-. Es una rutina fuera de lo común
y eso te da la
impresión de que no es una rutina, pero yo te aseguro que lo es.
Quise deprimirme y perderme en la hosquedad, pero de algún modo sus ojos me
inquietaban;
parecían empujarme sin tregua hacia adelante.
-El arte de un guerrero es volverse inaccesible -dijo-. En el caso de esa
güera, quería decir que
tenías que volverte cazador y verla lo menos posible.
No como hiciste.
Te quedaste con ella día tras día, hasta no dejar otro sentimiento que el
fastidio. ¿Verdad?
No respondí. Sentí que no era necesario. Don Juan tenía razón.
Ser inaccesible significa tocar lo menos posible el mundo que te rodea.
No comes cinco perdices; comes una.
No dañas las plantas sólo por hacer una fosa para barbacoa. No te expones al
poder del viento a menos que sea obligatorio.
No usas ni exprimes a la gente hasta dejarla en nada, y menos a la gente que amas.
Ponerse fuera del alcance significa que evitas, a propósito, agotarte a ti
mismo y a los otros. -
prosiguió él.
Significa que no estás hambriento y desesperado, como el pobre hijo de puta que
siente que no volverá a comer y devora toda la comida que puede, ¡todas las
cinco perdices!
Definitivamente, don Juan golpeaba debajo del cinturón. Reí y eso pareció
complacerlo. Tocó
levemente mi espalda.
-Un cazador sabe que atraerá caza a sus trampas una y otra vez, así que no se
preocupa.
Preocuparse es ponerse al alcance, sin quererlo.
Y una vez que te preocupas, te agarras a cualquier cosa por desesperación; y
una vez que te aferras, forzosamente te agotas o agotas a la cosa o la persona
de la que estás agarrado.
Un cazador usa su mundo lo menos posible y con ternura, sin importar que el
mundo sean cosas o plantas, o animales, o personas o poder.
Un cazador tiene trato íntimo con su mundo, y sin embargo es inaccesible para
ese mismo mundo.
-Eso es una contradicción -dije-.
No puede ser inaccesible si está allí en su mundo, hora tras hora, día tras
día.
-No entendiste -dijo don Juan con paciencia-. Es inaccesible porque no exprime
ni deforma su mundo.
Lo toca levemente, se queda cuanto necesita quedarse, y luego se aleja raudo,
casi sin dejar señal.