lunes, 13 de mayo de 2019

Elogio Del Vino



Un amigo mío, hombre superior, considera que la eternidad es una mañana; y diez mil años, un simple parpadeo.
El sol y la lluvia son las ventanas de su casa.
Los ocho confines, sus avenidas.
Marcha, ligero y sin destino, sin dejar huella: el cielo por techo, la tierra por jergón.
Cuando se detiene, empuña una botella y una copa; cuando viaja, lleva al flanco una bota y una jarra.
Su único pensamiento es el vino: nada más allá, más acá, le preocupa.
Su manera de vivir llegó a oídos de dos respetables filántropos: uno, un joven noble, el otro, un letrado de fama.
Fueron a verlo y con ojos furiosos y rfechinar de dientes, agitando las mangas  de sus trajes, le reprocharon vivamente su conducta..
Le hablaron de los ritos y las leyes, del método y el equilibrio; y sus palabras zumbaban como enjambre de abejas.
Mientras tanto, su oyente llenó una jarra y la apuró de un trago.
Después se sentó en el suelo cruzando las piernas, llenó de nuevo la jarra, apartó su barba, y empezó a beber a sorbos hasta que, la cabeza inclinada sobre el pecho, cayó en un estado de dichosa inconsciencia, interrumpido sólo por relámpagos de semilucidez.
Sus oídos no habrían escuchado la voz del trueno; sus ojos no habrían reparado en una montaña.
Cesaron frío y calor, alegría y tristeza.
Abandonó sus pensamientos.
Inclinado sobre el mundo, contemplaba el tumulto de los seres y de la naturaleza como algas flotando sobre un río.
En cuanto a los dos hombres eminentes que hablaban a su lado, le parecieron avispas tratando de convertir a un gusano de seda.

Octavio Paz

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