Y que, dos meses después, al regresar, encontró en su lugar una preciosa estatua ecuestre.
Y volviéndose al escultor, le preguntó:
"Y cómo sabías tú que dentro de aquel bloque había un caballo?".
La frase del pequeño era bastante más que una "gracia" infantil.
Porque la verdad es que el caballo estaba, en realidad, ya dentro de aquel bloque.
Y que la capacidad artística del escultor consistió precisamente en eso:
en saber ver el caballo que había dentro, e irle quitando al bloque de piedra todo cuanto le sobraba.
El escultor no trabajó añadiendo trozos de caballo al bloque de piedra, sino liberando a la piedra de todo lo que impedía mostrar el caballo ideal que tenía en su interior.
El artista supo "ver" dentro, lo que nadie veía.
Ese fue su arte.
Pienso todo esto al comprender que con la educación de los humanos pasa algo parecido.
Han pensado ustedes alguna vez que la palabra "educar" viene del latín "edúcere", que quiere decir exactamente:
¿sacar de dentro?
Han pensado que la verdadera genialidad del educador no consiste en "añadirle" al niño las cosas que le faltan, sino en descubrir lo que cada pequeño tiene ya dentro al nacer y saber sacarlo a la luz?
Me parece que muchos padres y educadores se equivocan cuando luchan para que sus hijos se parezcan a ellos o a su ideal educativo o humano.
Padres que quieren que sus hijos se parezcan a Napoleón, a Alejandro Magno o al banquero que triunfó en la vida entre sus compañeros de curso.
Pero es que su hijo no debe parecerse a Napoleón ni a nadie.
Su hijo debe ser, ante todo, fiel a sí mismo.
Lo que tiene que realizar no es lo que haya hecho el vecino, por estupendo que sea.
Tiene que realizarse a sí mismo y realizarse al máximo.
Tiene que sacar de dentro de su alma la persona que ya es, lo mismo que del bloque de piedra sale el caballo ideal que dentro había.
Ser hombre no es copiar nada de fuera.
No es ir añadiendo virtudes que son magníficas, pero que tal vez son de otros.
Ser hombre es llevar a su límite todas las infinitas posibilidades que cada humano lleva ya dentro de sí.
El educador no trabaja como el pintor, añadiendo colores o formas.
Trabaja como el escultor, quitando todos los trozos informes del bloque de la vida y que impiden que el hombre muestre su alma entera tal y como ella es.
Y los muchachos tienen razón cuando se revelan contra quienes quieren imponerles modelos exteriores.
Aunque no la tienen cuando se entregan no a lo mejor de sí mismos sino a su comodidad y a su pereza, que es precisamente el trozo de bloque que les impide mostrar lo mejor de sí mismos.
Un buen padre, un buen educador es el que sabe ver la escultura maravillosa que cada uno tiene, revestida tal vez por toneladas de vulgaridad.
Quitar esa vulgaridad a martillazos - quizá muy dolorosos - es la verdadera obra del genio creador.
José L. Martín Descalzo
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