El hombre
contemporáneo paga el precio de una notable falta de introspección.
Está ciego en el
hecho de que, con todo su racionalismo y eficiencia, está poseído por poderes
que están fuera de su dominio.
Sus dioses y
demonios no han desaparecido en absoluto; sólo tienen nombres nuevos.
Lo mantienen
huyendo con inquietud, temores vagos, complicaciones psicológicas, una
necesidad insaciable de píldoras, alcohol, tabaco, comida y, sobre todo, una
gran variedad de neurosis.
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