Cuando tenía ocho años fui desafiado por mi maestra para describir ante mis compañeros, cómo era mi casa.
'Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas, porque la única entrada es por el gran ventanal que da al primer piso a la calle.
La salida en cambio, es por una puerta común y corriente pues el living es demasiado angosto y no hay lugar para tomar el envión necesario que se requiere para el más modesto de los despegues.
Tenemos también una mesa mágica...'
A esa altura de mi exposición desaparecí del aula siguiendo a mi oreja izquierda, que había quedado atrapada entre el indice y el pulgar de la tierna mano de la señorita Dora.
'¡Repítaselo al Padre rector!'
Coloqué mis orejas a la misma altura, me alineé un poco y satisfice de inmediato el pedido:
'Bueno, para entrar en mi casa es requisito indispensable el tener alas...'.
Tanto gustó mi sencilla descripción, que tuve que repetirla frente a la psicopedagoga, a tres monjas, al presidente de la cooperadora, al consejero escolar, al cura Antonio, y hasta a un policía que pasaba por ahí.Y todos coincidieron en que debían acompañarme hasta mi casa, seguro que para conocerla, y además porque querían hablar con papá.
Pero los pobres se tuvieron que conformar con dialogar a gritos desde la vereda, porque para entrar en mi casa, es requisito indispensable el tener alas... y por supuesto, ninguno de ellos tenía unas.
Pablo Olmedo
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