Las cosas no siempre son fáciles.
La vida nos depara momentos impredecibles arrojándonos en situaciones para las cuales siempre estamos preparados, exigiéndonos más de lo que podemos dar, empujándonos hasta más allá de nuestro limites.
Las adversidades pueden ser sobrecogedoras, dejándonos
con frecuencia en un estado de confusión y desengaño.
Pero son precisamente estos desafíos, estas pruebas de
fortaleza, las que nos impulsan hacia adelante, porque es grande la recompensa
si nos negamos a darnos por vencido.
Al no dejarnos vencer, descubrimos nuestra fortaleza
interior, realizamos nuestra autoestima y nos conectamos con nuestro yo
espiritual.
Descubrimos que nuestro temple es más resistente de lo
que pensábamos y que en el medio de las complejidades de la vida aun somos
capaces de luchar por mejorarnos y ganarle al destino.
La vida no es más que percepción nuestras actitudes y
cómo decidimos actuar en pos de nuestras intenciones.
Por lo tanto, cuando la vida nos interpone un
obstáculo, en vez de preocuparnos porque no estamos preparados o porque es
inesperado, debemos interpretar el momento como algo de lo cual aprender, como
algo que nos aliente a crecer.
Por sobre todas las cosas, deberíamos considerarlo una
oportunidad de ampliar nuestra percepción de la verdadera dicha...
La dicha que proviene de una visión totalmente nueva de
la vida.
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