sábado, 14 de enero de 2017

Un Príncipe Italiano


Era una persona mayor, educada y culta. Jamás decía groserías. Sus comentarios eran prudentes, no tenía rencores ni agravios para nadie.
Durante su juventud fue un trotamundos incansable. Su espíritu aventurero lo llevó a recorrer infinidad de parajes latinoamericanos en búsqueda de sus quimeras. Hasta sus últimos días vivió rodeado de obras de arte y joyas preciosas, fue un reconocido marchand de antigüedades de la ciudad de Córdoba.
Su encanto personal, su natural elegancia, le permitía relacionarse fácilmente con distinguidas matronas y con ellas realizaba sus mercadeos; sin embargo, tenía preferencia por las muchachas jóvenes y bonitas, a quienes acechaba desde la altura de su gran porte como sólo puede hacerlo un águila con sus presas.
Una mañana, tomando café en el bar de la planta baja de su departamento, me contó algunas intimidades. Yo intentaba averiguar el valor de un cuadro de Octavio Pinto que le habían ofrecido a un amigo, pero era tal su entusiasmo por hablar de sus amores de juventud, que me limité a escucharlo.
–Amo a esas gacelas que al pasar dejan su aroma…–dijo como si recitara un poema y de inmediato me confesó que echaba de menos sus años mozos y los arrebatos de pasión y lujuria que alguna vez le había regalado la vida.
Vió pasar una muchacha con minifalda y suspiró con un dejo de nostalgia.
–¿Sabés lo que es un suspiro? –me preguntó con voz melindrosa. Y sin esperar repuesta de mi parte, dijo: –Es un beso que no se da…
Luego de algunos segundos, continuó:
–Tuve amores entrañables, sobretodo con muchas estudiantes de arquitectura que solían dibujar sus bocetos, sentadas en la vereda, frente al cauce de La Cañada. Todos los días me instalaba en el bar esperando a un cliente o a un amigo y siempre las observaba. Ellas no tardaban en entrar en confianza conmigo e inexorablemente terminaban almorzando en mi departamento…
A esa altura de la conversación, poco me importaba la consulta sobre el prestigioso artista cordobés y escuchaba con curiosidad el relato de las pasantías amorosas de este caballero italiano, entrado en años y en penas.
–Si pudiera retrasar el reloj biológico seguiría haciendo lo mismo pero, a esta altura del partido, no puedo. Las cosas no son como antes…. –dijo con un dejo de tristeza.
–Sin embargo, siempre te veo acompañado de mujeres hermosas. –dije intentando quitarle dramatismo a su relato.
–Sí, es verdad. Todavía tengo amigas jovencitas y hermosas que me visitan en el departamento. Escuchamos música, tomamos una copa, cenamos e inevitablemente terminamos en la cama; pero cuando veo que no me va a dar el cuero, conversamos…
–¿Cómo que “conversamos”? ¿Ya no pasa nada, Tano?
–A veces sí, a veces no. En realidad, no tiene mucha importancia: la vida siempre da revancha. –dijo con la picardía propia de quien está por confesar una travesura. Y continuó: –Yo espero que se duerman y sin que se den cuenta, levanto la sábana y las espío, sólo las espío…

Tomás Juárez Beltrán

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