viernes, 21 de junio de 2024

Cuatro etapas: infancia, juventud, vejez, y muerte.


Podemos dividir el período de vida de una persona en cuatro etapas: infancia, juventud, vejez, y muerte.

En cada una de estas etapas se producen cambios fundamentales. 

En la infancia, nuestra sangre es fuerte y nuestra energía es plena.

La mente y el cuerpo, el pensamiento y la acción, son uno.

Todo lo que hacemos está en armonía con el orden natural.

El niño no se ve afectado por las cosas que suceden a su alrededor.

La virtud y la ética no pueden limitar su voluntad.

Desnudo y libre de las convenciones sociales, sigue el camino natural del corazón.

Durante la juventud, nuestra sangre se eleva y se hace volátil.

Aumentan el deseo, las preocupaciones y la ansiedad.

Las circunstancias externas dirigen en esos momentos la aparición y la desaparición de las emociones.

La voluntad y la intención son limitadas por las convenciones sociales.

La competición, el conflicto y la planificación, constituyen la norma de las interacciones con los demás.

La aprobación y la desaprobación de los demás se convierten en algo importante, y se pierde la expresión honrada y sincera de los pensamientos y de los sentimientos.
Podemos dividir el período de vida de una persona en cuatro etapas: infancia, juventud, vejez, y muerte.

En cada una de estas etapas se producen cambios fundamentales. 

Durante la vejez, la fuerza de la sangre empieza a declinar.

En consecuencia, también se debilitan el deseo y las preocupaciones.

En comparación con los años de juventud, estamos más pacíficos y en armonía con nosotros mismos.

Las convenciones sociales y las influencias externas tienen menos efecto sobre nosotros porque ya no estamos interesados en el heroísmo y en la competición.

Aunque la persona mayor no se halle tan en armonía con el orden natural de las cosas como el niño, sin duda alguna es más fiel a sí mismo que cuando era joven.

Con la muerte, todo retorna a la calma.

En ese momento no sabemos nada, no hacemos nada ni sentimos nada.

Nuestra energía se une de nuevo a su fuente.

Confucio también habló de las etapas de la vida.

Él la dividió en tres períodos: durante la juventud, nuestra sangre y nuestra energía están inestables.

Por ello, en ese período necesitamos controlar nuestro deseo sexual.

Con la madurez, nuestra sangre y nuestra energía son fuertes y agresivas.

Por ello, en esta etapa de la vida, tenemos que domesticar nuestra naturaleza competitiva.

Durante la vejez, nuestra sangre y nuestra energía son débiles.

Por ello, en nuestros últimos años, tenemos que disolver nuestro apego a las cosas.

Tanto los taoístas como los confucianos proporcionan profundas comprensiones válidas de la naturaleza humana y de los cambios que se producen en nuestra vida.

Para los confucianos, lo importante es entender lo que hay que hacer en cada período de la vida, de forma que podamos ser útiles a la sociedad, vivir de forma honorable e interactuar armoniosamente con los demás.

Para los taoístas, lo importante es entender que la infancia, la juventud, la vejez y la muerte son etapas de la vida que debemos atravesar.

Si entendemos esto, podemos aceptar los cambios que atravesamos y considerarlos como una secuencia natural de acontecimientos en el ciclo del nacimiento y de la muerte.

Extraído del clásico taoísta 

"Lie Tsé o libro de la Perfecta Vacuidad"

 versión de Eva Wong

 

 


 

 

martes, 11 de junio de 2024

Mañana, Tal Vez

 

Los días pasarán, como pasan las estaciones.

Invierno y verano se suceden sin pedir permiso, y yo, en mi rincón de paredes cambiantes, seré siempre un poco más nuevo, un poco menos igual.

Quizás me mude a otra ciudad, a otra vida, y mis pasos resonarán en calles que aún no conozco.

Escucharé música distinta, veré películas olvidadas, y en cada cambio, una parte de mí se irá transformando.

Contaré mis canas con una sonrisa cómplice, como quien suma historias y anécdotas en silencio.

Algunas costumbres que me abrazaban se irán, dejando espacio para nuevas maneras de ver el mundo y sus misterios.

Cada día, una versión distinta de mí mismo, un ser en constante metamorfosis, como las mariposas que sin darse cuenta se transforman en algo distinto y bello.

Y en cada encuentro, me presentaré de nuevo, como si la vida me diera una y otra vez la oportunidad de redescubrirme, de aprender a ser yo mismo.

Las experiencias, como pinceles invisibles, pintan mi alma con colores que antes no conocía, y el contacto humano, ese cálido abrazo de la vida, me moldea, me enseña, me transforma sin pausa.

Mañana, tal vez, seré otro en la misma piel, y miraré el espejo con ojos sorprendidos.

Porque vivir es eso, cambiar y seguir cambiando, en un baile perpetuo de días y noches, donde cada paso nos lleva a un lugar nuevo, a un yo distinto, más pleno, más real.

Y en cada transformación, me acercaré un poco más a la esencia de lo que soy, a la verdad de ser humano.

 

Francisco J. Zárate

Fuente: Pensamiento alienígena

martes, 4 de junio de 2024

Mi Dolor


Le he preguntado al viento que hago con mi dolor.

Me dijo:

Suéltalo, déjame esconderlo en las ramas de un álamo, déjame convertirlo en canción que brota del pecho de un ave.

Le he preguntado al río que hago con mi dolor.

Me dijo:

Regrésamelo, deja que se vuelva agua y viértelo en mi cauce, para que me lo lleve de vuelta al mar y allá lo vayas a buscar cuando te haga falta.

Le he preguntado al sol que hago con mi dolor.

Me dijo:

Quémalo, déjalo que arda, que destruya, que consuma, que se haga cenizas y luego sóplale.

Le he preguntado a la tierra que hago con mi dolor.

Me dijo:

Siémbralo, deja que yo me encargue de convertirlo en algo bello, que le crezcan las raíces que te sostengan, y en las ramas de la herida se pose el colibrí que algún día te devolverá la sonrisa...

 

Texto: @hijadelabordada