No es frecuente, porque no les gusta llorar. Pero a veces lloran. Lloran cuando nadie los ve, por eso no hay quién crea en el llanto del dragón.
Entonces crecen los ríos y desbordan, incontenibles; los mares se alborotan y las olas golpean en las rocas de las orillas bramando de desasosiego y de furia.
Los dragones lloran silenciosamente, vertiendo tristes lágrimas, infinitas lágrimas tristes, que hacen surcos en la tierra y caen al río y caen al mar y los ríos y los mares se encrespan y crecen y desbordan.
Entonces los dragones vuelan hasta lo más alto, para no llenar de lágrimas la tierra. Pero no resuelven nada, porque las lágrimas ahora son una inmensa lluvia que sigue mojando la tierra y llenando los mares.
Al final dejan de llorar. Nunca se sabe por qué. Como tampoco se sabe por qué comienzan a llorar.
Son cosas de dragones nomás.
Gustavo Roldán
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