Un antiguo cuento hebreo
narra que, en cierta ocasión, un rabino vio a un joven cazando mariposas y se
interesó por él.
- Amo mucho a las
mariposas. – dijo el joven.
- Entonces, ¿por qué las
cazas? – preguntó el anciano.
- Las cazo para
llevármelas a casa y poder admirarlas siempre que quiera.
Meneando la cabeza en
señal de desaprobación, el rabino añadió: - Yo no creo que las ames. Si
realmente amaras a las mariposas, no te las llevarías a casa, ni las
encerrarías en un tarro, ni tampoco las disecarías para clavarlas en algún
expositor. Si las amaras, las dejarías en libertad y te preocuparías de que
nadie hiciera con ellas lo que tú haces. Tú no las amas a ellas, solo te amas a
ti mismo. Te sientes bien cuando las posees, pero te da igual lo que ellas
quieran. ¡Eso no es amor! Es lo contrario al amor, porque el amor es anteponer
la felicidad de lo que amas por encima de tu propio interés. Dices ser su
amante, pero en realidad eres un asesino de mariposas.
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