Poner límites es poner
orden.
Es poder decir
"Sí" cuando lo apropiado es decir "Sí".
Pero también tenemos una
cajita con otras respuestas posibles que delimitan...
- el cuándo;
- el cuánto;
- el a quién;
- el con qué frecuencia;
- el cómo;
- el hasta dónde...
Y mucho más.
Porque ese
"SÍ", si se queda sin todas esas posibilidades, marchará rengo, pues
le faltará un "NO" que balancee.
El "NO" puede
ser un "NO" rotundo y completo, o un "SÍ, pero no a esta hora de
la noche"; "SÍ, pero no tanto"; "SÍ, pero esta vez a tu
hermano"; "SÍ, pero no tan seguido"; "Podría ser que SÍ,
pero no de esta manera"; "SÍ, pero hasta aquí es lo que quiero y
puedo".
El "SÍ"
expande; el "NO" regula.
El "SÍ"
desmedido deja un gusto amargo.
El "NO"
adquirido por ejercicio de la inteligencia emocional deja serenidad (aunque al
principio cueste).
Amo el "NO"
repetido en mi niñez, en mi adolescencia, por mis padres: el "NO"
suavecito y el "NO" firme; el "NO" irrefutable y el
"NO, pero luego vemos". Me enseñó que el "NO" puede ser una
alta forma de dar Amor.
Cuando damos demasiados
"SÍ" por no saber ejercer la habilidad de poner límites, el
"NO" es como una flecha que sale de nuestro propio arco y se impacta
en nuestro propio pecho.
Es un "NO"
que, en vez de decírselo al otro, nos lo imponemos a nosotros mismos.
Y allí se ha creado el
terreno propicio para que gane terreno el abusador (que puede ser una pareja,
un jefe, un vecino, nuestro perro o hasta un bebé, pues aun la buena persona,
viendo que nunca decimos que NO, hace con nosotros lo que no haría con otros:
ejerce el abuso por inercia, porque le queda cómodo, porque nos mostramos
inagotables, omnipresentes. (Para serlo, la única manera es autoanularse,
imponerse el "NO" a las propias necesidades, a nuestras energías,
nuestras preferencias, e inclusive nuestros derechos.)
O sea: si no pongo
límites genero un abusador, y a su vez abuso de mí hasta agotarme, como un
oasis bebido por una tropa de cien camellos.
Por eso el
"NO" puede ser tan santo como el "SÍ" para crear orden,
para criar con orden, para ser con otros a partir de la mesura. Comprendo que
cuando digo demasiados "SÍ" y no pongo límites, no soy más bueno:
sólo soy más débil.
Fortalecerse en el arte
de poner límites es un trabajo necesario y un imperativo ético: yo no quiero
generar abusadores de tiempo, de recursos, de energía.
Sé cómo ha sido mi modo
de generarlos, y estoy atenta para que no me suceda más.
A partir de ello sé que
amo mejor, soy más confiable y más auténtica, porque cuando digo "SÍ"
es porque quiero, no porque tema la reacción del otro ante mi "NO".
Sin embargo, aún estoy
practicando... ¿Practicamos juntos?
Virginia
Gawel