Una noche, mi madre
preparó la cena después de un duro día de trabajo.
Puso un plato de huevos,
ensalada y tostadas quemadas delante de mi padre.
Inmediatamente me di cuenta de las tostadas quemadas y estaba esperando a ver
si se iba a molestar por eso, pero mi papá se las empezó a comer, sonriendo y
me preguntó cómo había sido mi día en la escuela...
Mi mamá se disculpó con mi
papá por la tostada quemada.
Nunca olvidaré su respuesta a ella:
-¡Cariño, me encantan las
tostadas quemadas!
Más tarde, cuando me fui a
la cama y mi papá se acercó a darme un beso de buenas noches, le pregunté si
realmente le gustaba la tostada quemada.
Me abrazó y dijo:
-Tu madre ha tenido un día
difícil y está muy cansada. Hizo todo lo posible para prepararnos esta comida,
por qué culparla y lastimarla. Las tostadas quemadas nunca lastimaron a nadie;
¡pero las palabras pueden ser muy dolorosas!
Tenemos
que saber apreciar lo que los demás hacen por nosotros, aunque no sea
perfecto, porque lo que cuenta es la intención de hacerlo bien, y nadie es
perfecto.
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